Comenzamos en Santiago centro un panorama bastante funesto si vas solo, para mi suerte no era así esta vez, comenzamos a caminar sin un trazado definido solo queríamos hablar, escucharnos, apoyarnos, yo solo quería conocerla más, que había detrás de semejante ser que me llamaba la atención al punto de generar ese interés.

Luego de un par de cuadras despegue y es en ese preciso momento donde comenzamos explorar las galaxias a mi manera de ver comenzamos algo tímidos pero de repente sentía que todo lo que yo le contaba y ella a mi lo entendía, quería abrazarla pero no había la confianza suficiente hasta entonces, cada vivencia, anécdota e idea las entendía, según yo sentía esa química que te hace hablar y escuchar como si hubieses estado presente, esa complicidad que su mirada me contaba los sentimientos ligado a cada historia, esa mirada que te cautiva que te hace perderte en el espacio y no querer volver, aquella que tú puedes usarla como droga en el momento que quieras porque sabes te hará bien. Yo esperaba hacerla sentir igual, creo sinceramente que ella emanaba tranquilidad o eso sentí yo. 

La caminata casual se volvió extensa tanto así que perdimos el sentido del tiempo espacio, se nos pasó rápido la hora y más aún el terreno ya estábamos tan cerca de que se terminara, hice mi mejor esfuerzo por continuar un tiempo más, no quería que llegara el punto de despedida, estaba entretenido, embobado e ilusionado.

Llegamos al punto de su destino con ganas de congelar el tiempo en ese minuto se acababa la caminata , no quería separarme en ese minuto más las palabras de “avísame cuando llegues” jamás las había querido tanto escuchar, cuando las pronuncias salte hasta la luna y volví un abrazo tímido despide el trayecto y solo quería eso volverlo a sentir.